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QUIÉN ha dicho, y con qué autoridad, que Albert Arnold Gore, Al Gore, sea persona de más respeto y solvencia que Vaclav Klaus? Lo más admirable, e inquietante, del ecologismo, especialmente del radical, reside en su fervor y en su capacidad para la consagración de voceros incuestionables. Es, de hecho, una nueva religión que, como todas, guarda sus misterios y exhibe su liturgia. Todos somos, en más o en menos, conservacionistas convencidos y quisiéramos lo mejor para nuestro planeta; pero, ¿cuántos están dispuestos a ducharse con agua fría? En el mundo bipolar en el que estamos, tan reacio a la sabiduría del gris y tan partidario del fanatismo del blanco y/o el negro, Al Gore pasa por sabio, aun en su escasez, porque refuerza la voz de los ecologistas más gritones y a Vaclav Klaus, a quien la actualidad nos lo presenta como contrafigura, quieren hacerle pasar por necio ya que nos invita a reflexionar. Algo que no es políticamente correcto.
Klaus, economista brillante, euroescéptico recalcitrante y presidente de la República Checa, ha escrito un libro, «Planeta azul, no verde», editado por FAES, en el que se pregunta y nos cuestiona: «¿Qué está en peligro, el clima o la libertad?». Es una buena pregunta porque el dogma verde, que arranca de una inquietud compartida por buena parte de la gente que piensa, se ha extralimitado hasta alcanzar los límites del fanatismo. El Universo es algo muy grande que no se puede valorar a partir de observaciones reducidas en el tiempo y en el espacio. ¿Es global el calentamiento con el que los santones profesionales del ecologismo ya nos predican el fin del mundo? Podría serlo y podría no serlo. La respuesta es técnica y no política, como se pretende para sustituir en contenido y en oficiantes otras políticas ya caducadas y descabezadas.
En España la presentación del libro de Klaus, una obra que invita a pensar como paso previo al de la fe ecológica, corrió a cargo de José María Aznar. ¿Qué tendrá Aznar que excita tanto a las izquierdas? Aznar no es un hombre simpático y fue, especialmente en su primera legislatura, un buen presidente del Gobierno; pero, cada vez que asoma la cabeza, su presencia sirve de desahogo a quienes fueron sus adversarios políticos y, a juzgar por sus actitudes, se han convertido en sus enemigos personales. Algunos, en grande e irracional pirueta, han llegado a comparar su aval a los planteamientos de Klaus, con su decisión de acudir a Iraq.
Cualquier proposición libremente expresada merece, por principio, el mismo respeto que su contraria. Independientemente de la posición y creencias de cada cual. El ecologismo apocalíptico, excesivo en las formas y rechazable en sus métodos, no es ni mejor ni peor que un ecologismo moderado que nos invita a reflexionar sobre algo que nos afecta. La razón suele tenerla el que menos grita.