Por Riego
Las personas nos movemos muchas veces por sentimientos de una forma intuitiva y sentimos lo que está bien o lo que está mal, donde se emplea el sentido común o donde se emplea el común sentido de hacer las cosas.
Pienso, luego existo, que los ciudadanos somos libres, donde tenemos también opiniones diferentes a las personas que rigen el destino de un pueblo. Observo que hay políticos que emplean el buen gusto o el “gusto” bueno.
Ahora sentimos que hay gente que gobierna, que ni tienen sentido común, ni buen gusto y menos sensibilidad ante los problemas económicos y sociales que nos rodean. Sólo saben seguir la voz de su amo, eso sí, “a mí que no me toquen la cartera”.
Para eso están los ciudadanos de bien, para pagar los impuestos municipales, unos céntimos de euro todos los días. Con lo que cuesta ganar ese dinero, que a otros le cueste tan poco gastarlos…
Los ciudadanos deberíamos transmitir a nuestros hijos y a nosotros mismos, ese movimiento interno que nos enseña a revelarnos y pedir o discrepar, sin miedo, lo que es nuestro o nos corresponde por ley o por derecho.
Ya sabemos que hay políticos que, si no comulgas con sus actos o ideas, estás marcado como persona no grata. Te llaman rojo en tono despectivo.
Se confunde, que los políticos están al servicio del ciudadano, no el ciudadano al servicio del político. Que no se les olvide que firman contratos de cuatro años, aunque algunos de estos políticos ya tienen firmados el contrato indefinido y el bienestar para ellos y para sus familias a cuenta de las obligaciones de pago que nos imponen al pueblo en general.
No digamos “lo mismo me da, que me da lo mismo”, actuemos según nos marquen los sentimientos, la razón y el sentido común, aunque otros no tengan.
Lo importante, a parte de la razón, es el papelito que se introduce en la urna el día del sufragio universal, que decide quién regirá el destino de nuestro pueblo.