31 de octubre de 2014

La resaca postdemocrática, después de largas luchas idealistas, ha generado muchas incongruencias, desánimos y corruptelas de todo tipo, que han dado pie a formaciones políticas muy estrategas que venden lo ya inventado y defendido por los grupos políticos de izquierda hasta la saciedad. Propuestas de democracia real que se dan de bruces con la idiotez humana.

El «tú más» o «tú menos» cobra cada vez más protagonismo en los grupos políticos clásicos y la indefinición se instala en los aparentemente nuevos modelos. Dicen que no son de izquierdas ni de derechas, son indignados a secas, ya sea Podemos o Ganemos. Bien es cierto que bienvenida sea la indignación para reponernos de una resaca que parecía condenar al ostracismo la vocación innata del ser humano a mejorar la sociedad en la que le ha tocado vivir y al olvido del enorme esfuerzo colectivo de tantos progresistas para lograr tantos derechos, que parecían inalcanzables en el siglo pasado, y que, ahora que la derecha los destruye, parece que hayan estado ahí desde el principio del mundo.

No sólo debe cambiar la legislación para condenar y evitar la corrupción sistemática, también debe cambiar hasta el último gesto en los políticos.

No entiendo, ni entenderé nunca, por qué las propuestas que vienen de los grupos de la oposición, como lo hace tan a menudo Rafael Serralta, se obvien, se olviden en un cajón y, en el mejor de los casos, se saquen cuando electoralmente parecen servir a la causa del GANAR a toda costa.

No es de recibo que se pierda mucha información valiosa sobre todo nuestro legado histórico, como es el caso de todo el material inventariable de la fábrica Payá, y que se deje caer en pedazos un edificio emblemático porque la idea no ha sido tuya. Y menos es de recibo que, cuando la oposición insiste hasta la saciedad en el arreglo y rehabilitación y exige posibles para la conservación de este buque insignia de nuestro pueblo, lo vayan posponiendo sin inmutarse, conscientes del peligro que supone tan gran deterioro y asuman como normales las pérdidas irrecuperables por el paso del tiempo, con la simpleza del “no hay dinero”. Para mil tonterías sí lo hay.

Con estos gobiernos que no tienen visión de futuro, aquellos que no entienden la política como una suma de voluntades, no escuchan, improvisan, no admiten nunca que la oposición tiene muy buenas ideas en muchas ocasiones, se pierden ocasiones únicas e irrepetibles. Se dejan guiar por los gurús de la estrategia política.

Éstos aconsejan que un buen día, sin complejos, decidan hacer propias las propuestas de los demás, como si acabaran de idear el mejor de los proyectos por inspiración divina; el problema es que para entonces ya es tarde. Esperemos que con la antigua y querida fábrica Payá no sea así.

Si no cambia esta forma de improvisar nunca valdrán los esfuerzos de tantos grupos de gente que unas veces están en la oposición y otras en el gobierno, para conseguir consensos en cuestiones de sentido común, no de planteamientos ideológicos, ya que en estos es verdaderamente difícil llegar a consensos que después no deriven en desencuentros por los siglos de los siglos.

Susana Hidalgo

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