Por Francisco Javier España Moscoso
El ministro Guindos anuncia la creación de un «banco malo» que purgue los «activos tóxicos» derivados del ladrillo. Y, cómo no, en agosto. Qué eufemismo llamar «banco malo» a lo que no es más que una condonación encubierta de las pérdidas producidas por años de locura y descontrol bancario. Eso sí, lo de «banco malo» lo dirá el ministro porque esas pérdidas las pagarán los contribuyentes vía impuestos en no menos de tres generaciones, y ya puestos a adivinar las intenciones del Ejecutivo al que pertenece, imagino que debemos dar por hecho que los recortes de más de 100.000 millones anunciados por Mariano Rajoy para 2013 y 2014 son para amortizar las pérdidas del sector bancario.
A todo esto, no sé si el ministro se habrá dado cuenta del agravio, pero ¿qué pueden pensar los miles de autónomos y de pyrnes que llevan asumiendo pérdidas contra sus propios bienes, o los que pagan su hipoteca religiosamente?
Ante tanto desatino económico no estaría de más que en vez de socializar las pérdidas del sector diluyéndolas en la deuda soberana, el señor Guindos, o, en su defecto el ausente ministro de Hacienda, señor Montoro, obligaran a repatriar las ganancias escondidas a los que sí obtuvieron pingües beneficios vendiendo sus terrenos en el mejor momento posible, al comienzo de la burbuja inmobiliaria, porque ellos, los herederos del oprobio de tiempos pretéritos, los que emponzoñaron la vida pública para recalificar lo incalificable, sumiendo a los Ayuntamientos en la inmoral cultura del pelotazo, son los que deben pagar.