Por Ángeles Caso
05-07-2012 La Vanguardia.
Sobre Madrid cae el sol estos días a plomo, se lo aseguro. Y por los rayos que nos separan de él, como si fuera un caminito hacia la catástrofe, se van alzando las cifras del paro, que trepa mes a mes por esa escalera infernal, arrastrando consigo, como en esas imágenes antiguas del castigo eterno, a hombres y mujeres cada día más desalentados, más inanes. Trabajosamente, suben los peldaños hacia la nada todas esas gentes en torno a los 50 que están viendo cómo se hunde su vida laboral y económica en el momento en que tal vez estén mejor preparados y más cargados de gastos.
Por la escalera se empujan también las multitudes de jóvenes a los que hemos estado diciendo desde pequeños que debían estudiar sin parar, porque esa era la garantía de su futuro, y que ahora se encuentran con un montón de títulos y un perfecto vacío desolador entre las manos. Los que sueñan con ser mileuristas porque no llegan ni de lejos a esa cifra mágica. Los que se ven obligados a hacer montones de horas extra que nadie les paga y a soportar condiciones de trabajo inasumibles porque, a la menor queja, el jefe les pone en la calle y contrata a otro por menos. O los que no se atreven a ponerse enfermos porque no sólo pierden dinero, sino que pueden quedarse incluso sin empleo.
Y, claro, todos los ciudadanos estafados por los bancos que fueron a buscarles al pisito en el que vivían tranquilamente de alquiler y les dijeron que podían comprárselo. En los países de nuestro entorno, ninguna entidad concede una hipoteca que suponga más de un tercio de los ingresos. Aquí nos convencieron de que podíamos pagar 800 euros con un sueldo de 1.000, y nadie nos avisó de que, de no hacerlo, no sólo nos quitarían la vivienda, sino que tendríamos que seguir abonándola. Y muchos, muchos, cayeron en las redes de ese timo perfectamente legal.
Y mientras todos esos suben hacia el lugar en el que los desprotegidos del mundo arden como carbón sucio sin que nadie se preocupe de ellos, por la escalera de al lado, la de los mármoles y los dorados y toda clase de oropeles, ascienden hacia el paraíso los que se ven beneficiados por la situación. Van frotándose las manos de placer mientras contemplan cómo sus cuentas de millonarios se convierten en cuentas de archimillonarios a costa de la pobreza de sus vecinos. O cómo pueden hacer impunemente trampas en sus balances y sus libros para poner a sus empleados en la calle sin apenas coste. O incluso cómo, después de haber demostrado su ineptitud y su desvergüenza hundiendo instituciones bancarias, se les rescata con el dinero de nuestros impuestos y se les manda a sus casas o a otro sillón con medallas honoríficas y las carteras bien forradas
Y no me digan que todo esto es “demagogia”. Estamos hartos de que “la demagogia” y “el chocolate del loro” hayan servido para evitar censurar todos esos desmanes que han hundido este país en un pozo oscurísimo en el que apenas alcanzamos a ver la luz. Si no lo decimos, si no lo gritamos, si no lo escribimos en pancartas colgadas de nuestros balcones, todo irá a peor: en apenas tres años, los trabajadores españoles han regresado a unas condiciones más propias del siglo XIX que del XXI. Y, como esto no lo pare alguien, acabaremos en la edad media, ya saben, el mundo de los señores y los siervos. Atentos.
La clase media y trabajadores, nos están cortando los brazos y piernas, sobre todo la parte izquierda, una profunda tristeza e inquietud social se ha apoderado de más de la mitad de la ciudadanía,estamos llegando al miedo, luego vendrá el pánico. Resultado, el sistema productivo y el económico están paralizados. El FMI, ha advertido al Gobierno que con la política de recortes, no saldremos. Rajoy y conmilitones insensibles al drama siguen con la destucción, el presi de la patronal valenciana advirtió estos dias que con esta política no ibamos a ninguna parte. ¿Nos plantamos aquí, o seguimos soportando que se nos pisotee?.