Por José Asensi Sabater – Fuente: Diario Información
El deterioro de don Mariano Rajoy, no solo físico, es un hecho clamoroso que se vive con especial preocupación en las filas del pepé. Mientras se esconde en público don Mariano, mostrando en las escasas ocasiones en que comparece una máscara de tranquilidad, la histeria crece en los despachos oficiales. Una vez caído del guindo y sobrepasada la etapa en que la culpa recaía exclusivamente en Zapatero, ahora todo lo fía don Mariano, entre pedigüeño y quejumbroso, a la buena voluntad de Europa, que es la Europa conservadora y estólida. Pero esa salida por la tangente profundiza en la herida y el cerco se estrecha, al insinuar que se intervenga a España, si es que no lo está ya de hecho.
No son buenas noticias para don Mariano la desastrosa política de recortes, el secretismo, la falta de liderazgo, el agotamiento prematuro de su gabinete, la descoordinación, la letal gestión financiera, y menos aún lo que es más demoledor: el hecho objetivo, ya imposible de disfrazar, de que tras cinco meses de gobierno efectivo de mayoría absoluta, que prometía confianza y apoyo del capital, el país se desploma con todos los índices en el extremo más dramático de la historia de la democracia española.
¿Qué está fallando, se preguntará el atribulado Presidente? ¿Por qué no funciona el invento que prometí? El invento no funciona porque las cosas se están haciendo al revés. El país ya no está, en lo que importa esencialmente, que es la economía, en manos del gobierno y las instituciones, sino manejado a partir de reglas, mantenidas contra viento y marea por el directorio europeo, que permiten que la especulación financiera determine el destino de nuestro país. Lo que está fallando, digámoslo de una vez y sin rodeos, es el propio sistema.
Don Mariano debería leer el breve artículo de un brillante economista sevillano, Juan Castillo: «Si el Banco Central Europeo hubiera actuado como un auténtico Banco Central, en lugar de ceder la financiación a la banca privada para que hiciera un negocio descomunal, las economías europeas no estarían en la situación calamitosa en la que están y los pueblos europeos no tendrían que estar soportando los sacrificios tan grandes que ahora soportan».
La crisis ha desvelado dos cosas, entre otras muchas; primero, que la arquitectura europea no funciona y que el euro, moneda común, no tiene respaldo, algo que aprovechan países como Alemania con el mensaje de ¡Sálvese quien pueda! Y ¡Bailad, bailad, malditos! Y segundo, que las medidas que se dictan para contener el déficit, lejos de combatir la especulación, la propagan, al tiempo que profundizan en la recesión y encienden la hoguera del desastre social.
Si Rajoy fuera un estadista antepondría los intereses del país a los de su partido y buscaría los términos de un acuerdo (y una estrategia) para combatir la crisis con un amplio respaldo social y político. Pero no es un estadista, sino un señor que está prisionero de sus bases extremistas, oportunistas y sumamente ideologizadas, interesadas por otra parte en hacer de la crisis y del sufrimiento que genera la oportunidad para imponer casposos valores conservadores, además de vislumbrar negocios a base de depredar en medio de la ruina en que el ladrillo dejó a la economía española. Mientras se vea jaleado, atemorizado o chantajeado por esa caterva de grupos mediáticos irresponsables, por opinadotes lunáticos y otros grupos de presión (que todos juntos podrían formar el partido de extrema derecha que hoy está en el pepé) el señor Rajoy seguirá con la máscara puesta.
El colofón a esta farsa gubernamental es el asalto a TVE. Desde allí se podrá martillear todos los días con los siguientes mensajes: «todos somos responsables de la crisis»; «todos tenemos que sacrificarnos»; «son medidas reversibles»; «el gobierno sabe lo que se hace»; «hay que meter en cintura a los sindicatos»; «los funcionarios son unos privilegiados»; «se ha gastado más de la cuenta y hay que recortar»; «la enseñanza pública fracasa»; «La sanidad pública no es sostenible»; «hay que revisar el sistema de pensiones»: «hay que privatizar todo lo que se pueda, que es más productivo». Basta leer los periódicos para ver como sacan pecho la CEOE, la jerarquía católica, y los terminales mediáticos, ah! y el señor Ansón en «El Mundo», que pide por extensión la erradicación de la «clase política», lo que incluye a don Mariano. Y el presidente, pasmado.