Por Juanjo García del Moral (El País)

Llevábamos años oyendo el mantra y se nos escapaba el verdadero alcance de la idea. Nos lo decían una y otra vez y no lo veíamos. Se trataba de «poner a Valencia en el mapa», y no alcanzábamos a verlo. Era la panacea para atraer turistas, para conseguir que llegaran inversores nacionales y extranjeros, para despertar interés, urbi et orbe, por todo lo que se hacía en esta comunidad. Casi todo servía al objetivo primordial de «poner a Valencia en el mapa». Se trataba, por así decirlo, de un método infalible para tener el mundo a nuestros pies. Íbamos a ser la California europea, la envidia de todos, el paraíso junto al Mediterráneo. Para conseguirlo valía casi cualquier cosa, ya fuera organizar la Copa del América o llevar una carrera de fórmula 1 al centro de la ciudad, erigir el Museo de las Ciencias, y el Palau de les Arts, organizar la Luz de las Imágenes, construir el Ágora y el aeropuerto sin aviones de Castellón, poner en marcha Terra Mítica, la Ciudad de la Luz, Mundo Ilusión y la Ciudad de la Música, incluso la Ciudad de las Lenguas, volcarse hasta extremos indecentes con la organización de la visita papal o pasearse ufanos a bordo de un Ferrari por el circuito de Cheste… Todo valía.

Han pasado los años y, efectivamente, ahora Valencia, efectivamente, está ahora «en el mapa». Pero lo está más que nada porque ha sido la primera comunidad autónoma que ha necesitado ser rescatada por el Gobierno central para no entrar en quiebra ante una situación financiera insostenible producto de años de alegrías y propaganda que nos han llevado al punto en el que estamos, con la deuda valenciana a punto de ser calificada de bono basura. Valencia está en el mapa porque tiene la deuda per cápita más alta del Estado; porque ha perdido a sus principales instituciones financieras; porque no paga a los farmacéuticos que distribuyen los medicamentos que prescriben los médicos de la sanidad pública; porque no hace frente a sus compromisos con las personas dependientes; porque debe ingentes cantidades a sus proveedores, a muchos de los cuales ha abocado al cierre; porque su sistema educativo cuenta con el mayor número conocido de aulas precarias, los conocidos como barracones; porque tiene las tasas de paro más altas del país; porque acoge el mayor vivero de economía sumergida de toda España; porque ostenta récords de cierre de empresas y negocios. Porque ha sido capaz de condenar a la irrelevancia y casi al cierre a un centro de investigación que se prometía puntero (y cuya construcción supuso, ¡faltaría más!, una enorme inversión, con sus correspondientes desviaciones presupuestarias, claro está)… La relación es extensísima.

Pero Valencia también está en el mapa por la corrupción. Porque tiene el dudoso honor de tener a un expresidente de la Generalitat sentado en el banquillo de los acusados por aceptar regalos de una trama corrupta que presuntamente financió al partido que nos ha gobernado todos estos años. Porque permitió que esa misma trama y algunos de sus protegidos locales se lucraran con la visita del Papa. Está en el mapa porque una empresa pública de depuración de aguas ha sido esquilmada de forma grosera sin que los responsables políticos de la misma hayan admitido la más mínima responsabilidad. Está en el mapa porque una trama se ha llevado a capazos el dinero del negocio de la basura. Está en el mapa porque la tramitación del urbanismo de Alicante huele horriblemente mal. Porque ha sido incapaz de dar respuestas y se ha mostrado inhumanamente insensible frente a los afectados por un accidente de metro que segó 47 vidas en 2006.

Pero Valencia también está en el mapa por otras cuestiones menos tangibles, aunque igualmente graves. Por ejemplo, por tener el Parlamento autonómico que acumula el mayor número de sentencias contrarias a un uso de la democracia y de los reglamentos que cercena los derechos (y obligaciones) de los diputados de los grupos de la oposición. Por su opacidad y su oscurantismo y por esconder, literalmente, información oficial que debería ser de dominio público. Por permitir y alentar una radiotelevisión pública partidista que ha perdido su única razón de ser (la de constituir un servicio para los ciudadanos) para erigirse en una máquina de propaganda y manipulación que, además de convertirse en un nido de amiguismo y, salvo honrosas excepciones, de producción de bazofia, acumula una enorme deuda y cuya nefasta gestión ha hundido en la miseria al sector audiovisual valenciano.

Por todo eso, y por algunas otras cuestiones que seguramente se quedan en el tintero, en este inicio del año 2012, ahora sí, Valencia está en el mapa. ¿Era este el mapa en el que nos querían colocar? ¡Pues que me borren!

 

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