Por Francisco Morote Costa

Primero fue el estadounidense W. Buffet, el tercer hombre más rico del mundo, y ahora un grupo de 16 multimillonarios franceses los que han declarado públicamente que quieren pagar más impuestos.

¿Cómo es posible esta declaración que entra directamente en contradicción con las teorías ultraliberales que durante tres décadas establecieron el dogma de que, a toda costa, si se quería que los ricos invirtieran y crearan puestos de trabajo, se les debía bajar los impuestos? ¿Es un reconocimiento tardío de que aquel dogma neoliberal era una falacia completa? ¿Son unos extravagantes estos multimillonarios? ¿Unos filántropos presa de un repentino ataque de solidaridad hacia sus conciudadanos y la mayoría depauperada de la especie humana? ¿Han descubierto, de golpe, que es extraordinariamente injusto que la carga fiscal de casi todos los sistemas tributarios del mundo recaiga sobre las rentas del trabajo asalariado y no sobre las rentas del capital? ¿Se curan en salud haciendo de la necesidad virtud al anticiparse a una previsible subida de sus impuestos que tal vez sea así menos severa? ¿Por qué ahora, precisamente, se declaran dispuestos a pagar más impuestos?

Mi impresión es que más bien estos multimillonarios han hecho una lectura inteligente, lúcida, de la situación económica, social y política de sus propios países y del mundo en general. Ellos, y no sé si otros multimillonarios capitalistas les seguirán, han comprendido que la crisis global del sistema, de su sistema capitalista, en la versión de la globalización neoliberal que tanto les ha favorecido, tiene tan mal cariz, está provocando un descontento social tan extendido, una respuesta en forma de contestación pacífica, pero también de revueltas violentas de los de abajo hacia los de arriba, que para evitar males mayores, que las rebeliones se puedan convertir en revoluciones, tienen que poner los medios, en este caso, permitir que se implanten los mecanismos fiscales por los que los Estados redistribuyen la riqueza, que hoy se concentra en el polo del capital, en detrimento del polo del trabajo asalariado y del inmenso ejército social de reserva de los excluidos del sistema.

¿Es tan extraño que esto haya podido suceder?

No, no lo creo, ni tampoco quiero decir que el ejemplo vaya a cundir, que en sus países y en el resto del mundo los multimillonarios capitalistas vayan a seguir el camino trazado por W. Buffet y los multimillonarios franceses. Y, sin embargo, si quieren salvar la situación y al menos prolongar la existencia de su sistema, dejando a un lado el recurso de mantener a cualquier precio, aún el de la violencia totalitaria, sus privilegios, lo más sensato es ceder algo.

¿Ceder? ¿En qué pueden ceder?

Sin duda, en materia de justicia fiscal. Eso o dejar que la mayoría de la ciudadanía, cada vez más universal e informada, empiece a plantearse seriamente la posibilidad, que barajó Marx, de expropiar a los expropiadores.

Para mi es relevante, además, que haya sido en Estados Unidos y en Francia, los dos países donde la cuestión fiscal fue el detonante que abrió las puertas a una revolución y guerra de independencia (Estados Unidos, tras el Motín del té de 1773) y a la más grande de las revoluciones burguesas (Francia, tras la Revuelta de los privilegiados de 1787), donde haya tenido lugar esta toma de posición de quienes seguramente han comprendido que cerrar la puerta a las reformas es abrirla a la revoluciones.

O tal vez, después de todo, sospechen y empiecen a aceptar que el sistema, su sistema, ecocida (responsable del cambio climático y sus múltiples consecuencias) y ¿laboricida? (descartador cada vez más del trabajo asalariado estable, con sus dramáticos efectos), está llamado a ser reemplazado por un nuevo sistema económicamente sostenible, socialmente más justo y políticamente más democrático.

Fuente: ATTAC.ES

 

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