Por Antonio Miguel Carmona, profesor de Economía y secretario de Economía del PSM-PSOE
A Aznar se le conoce la faceta de ecologista por ser uno de los pocos presidentes de nación que negó el cambio climático. En política exterior pasará a la historia como uno de los cuatro líderes que en la Cumbre de las Azores cometió el hasta ahora mayor error geoestratégico de lo que llevamos de siglo XXI.
Más aún, como patriota es conocido en los nacionalismos periféricos como aquel que cedió todo lo que se le pidió en el famoso acuerdo del Hotel Majestic de Barcelona, trato que representó el paso que le garantizaba la investidura en 1996 con el voto de los nacionalistas catalanes y vascos. Aquellos, los catalanes, disfrutaron además de un amplio apoyo de la minoría popular en el Parlament, sostén que mantuvo durante más años a Pujol como Presidente de la Generalitat. Y, en cuanto a los vascos, Arzallus dijo de aquel Aznar ansioso por llegar a La Moncloa, “he conseguido en trece días con Aznar, lo que nunca conseguí en catorce años con Felipe González”.
A principios de diciembre de 2010, Aznar escribió un artículo en el The Wall Street Journal que pudieron leer los gestores de los grandes fondos del Financial District, en el que señalaba (tácitamente) que la economía española estaba en quiebra y que nuestra Deuda se comportaba (prácticamente) como bono basura.
Pero el pasado debería quedar en los anales de la historia y no recordar episodios tan degradantes como meterle a una periodista un bolígrafo entre sus pechos. Más importante debiera parecerle a los miembros del Partido Popular que su líder actual, Mariano Rajoy, fuera designado a dedo por el propio Aznar. Miembros que la semana pasada se reunieron en León, concretamente en la I Cumbre del PP del Exterior, para escuchar un discurso inopinado del que afortunadamente ya no es presidente del Gobierno de España.
Fiel a su tradición declarativa señaló que España está ya intervenida por (supongo) las autoridades monetarias europeas, que no existía política económica local dado que seguíamos instrucciones de fuera, que había que redefinir el Estado de las Autonomías que él se había encargado de enloquecer e, incluso, no podía faltar, pudo poner un palito más en la rueda de la pacificación del País Vasco.
El recurso al silencio, especialmente cuando uno no tiene nada que decir, más aún si no tiene nada que aportar, es siempre un buen instrumento para alcanzar esa virtud tan difícil como lo es la prudencia.
Claro, con todo esto ya me explico yo que Camps, que es igual que Azñar, lo ponga como ejemplo de yo que se cuantas cosas.
Menos mal que esta señor de bigote se fue y dejo a otro de barba que no sabe donde tiene la mano derecha, y encimo le tendremos que dar la gracias por equivocarse, tiene su gracia la cosa.