Por Javier Llopis
La escandalosa historia que está viviendo el Ayuntamiento de Ibi en los últimos días es el fruto amargo y no deseado de una españolísima manera de entender la política.
Las crónicas periodísticas de los últimos años están llenas de relatos sobre alcaldes y concejales que consideran que la obtención de una mayoría absoluta les autoriza a gobernar una determinada ciudad como si fuera una finca de su propiedad. Es un estilo patrimonialista de la gestión pública, en el que se llega a la errónea conclusión de que los votos son una patente de corso, que permite saltarse los engorrosos (pero necesarios) procedimientos legales de la administración pública. Los detalles sobre las presuntas irregularidades cometidas por la ya dimitida edil Ana Sarabia confirman que el gobierno municipal del Partido Popular de Ibi -en su totalidad o en una parte- está aquejado por esta grave enfermedad política, que tiene como efectos secundarios la pérdida de la perspectiva y la desconexión total con la realidad del ciudadano de a pie.
Tras la dimisión de la concejal de Deportes, queda la sensación de que el consistorio ibense está afectado por un gran incendio, que se encuentra fuera de control. El grupo municipal del PP ha forzado la marcha de Sarabia, en un intento de abrir un cortafuegos que impida que toda la corporación quede calcinada por el siniestro. A lo largo de los próximos días, veremos si este apaño de urgencia resulta efectivo o si el fuego sigue consumiendo nuevas concejalías.
Aunque la historia institucional de los hechos señale que estamos ante un caso aislado e individual, no es descabellado pensar que este estilo de gestionar se puede haber contagiado a otros miembros del grupo de gobierno de Mayte Parra.
Al margen de versiones oficiales y de sospechas más o menos fundadas; lo que está todavía sin resolver es el capítulo de las responsabilidades políticas. La dimisionaria Ana Sarabia formaba parte de un equipo, con su consiguiente escalafón y con sus correspondientes sistemas de control. Este argumento se queda incompleto si uno lo quiere reducir a una mera sucesión de torpezas personales.

Fuente: Diario Información

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